sábado, 18 de noviembre de 2006

Literatura de a veinte pelas el litro (XVIII)

(Se me están acumulando los libros para comentar...)

El abajofirmante, aquí donde le ven (o le leen) tiene también su coranzoncito, y, aunque no se lo crean, de vez en cuando le gusta reirse. Es más, de vez en cuando le gusta reírse de estupideces. Que la sátira inteligente e incluso el humor inglés están muy bien, pero de vez en cuando conviene sacarse el corsé y dedicarle un tiempo a la sal gruesa.

Evidentemente, no les voy a hablar de Jackass: la novela, entre otras cosas porque para que tal cosa existiera tendrían que haberla escrito, y dudo mucho que los salvajes sin vacunar que hacen esa cosa tengan suficiente capacidad mental como para saber escribir. Es más, yo he hablado de "reirse de estupideces", no de hacer befa de un grupo de tarados mentales que deberían estar ingresados en una institución psiquiátrica. Recibiendo tratamientos continuos de electroshock.

No, espera, que aún lo grabarían y lo pasarían por la tele, y algún desaprensivo haría pasta a su costa. Mala idea.

La novela que les quiero reseñar es una tontería como una casa, absolutamente prescindible, que no va a pasar nada si no la leen, y si la leen tampoco, pero que para pasar el rato y hacer unas cuantas risas está bien. Muy en la linea del Chulas y famosas de Terenci Moix. De raje salvaje y malaje contra el famoseo patrio y lo que le rodea.

Y es que si Terenci era una vívora venenosa, Maruja Torres, más. Y si Terenci, cuando se ponía, era un ejemplo de libro de marica mala, Maruja, cuando se pone, demuestra que puede ser más marica mala que nadie. Los que recuerden sus vitriólicas crónicas de los veranos marbellíes de principios de los noventa para El País, que rezumaban bilis y mala hostia por los cuatro costados, y que dejaron para la posteridad joyas literarias como el apelativo de La Cosa para referirse a Jesús Gil, o La Vicecosa para referirse a su hijo, alcaldes de Marbella y (creo recordar) Estepona, respectivamente, por aquella época, estarán de acuerdo conmigo.

Fruto precisamente de aquella época es ¡Oh, es él! Que, para que me entiendan, es como si coges un Especial Julio Iglesias del Hola, una película de los hermanos Marx, una novela de detectives de serie Z y un sainete de los Álvarez Quintero, y lo mezclas todo sin orden ni concierto. Poniendo como protagonistas a una intrépida periodista con problemas de autoestima, fan fatal de Julio Iglesias y que sólo es capaz de llegar al orgasmo con la ayuda de un vibrador de latex rosa, un director de revista del corazón al que llaman Viceversa porque siempre dice exactamente lo contrario de lo que debes entender, un encargado de archivo en dicha revista que se masturba furiosamente mirando fotos de Jose Luís Rodriguez El Puma, un travesti andaluz que se gana la vida en la sauna de peor fama de todo Los Ángeles (y de quien, como no puede ser de otra manera, acabará locamente enamorada la protagonista, siendo la única persona con quien es capaz de alcanzar el orgasmo), Julio Iglesias (así, con nombres y apellidos) en su época de mayor gloria, un productor musical vasco arruinado, una madame barcelonesa con más contactos en las mafias que Berlusconi, un redactor de horóscopos metido a científico loco en su tiempo libre y que se quiere trajinar a la periodista, un taxista, dos leatheronas, la perra del de los horóscopos, papuchi, los guardaespaldas de Julio y un crecepelos. Un despiporren, vamos. Y no voy a poner un resumen, porque hay cosas que no son resumibles, y perdería toda la gracia.

Una novela, en fin, para pasar el rato y hacer unas risas, y al mismo tiempo un ajuste de cuentas hecho con muy mala follá hacia una forma de periodismo (y ojo, que el libro es de 1986, antes de la telebasura y de la invasión de los programas del colorín) y hacia las gentes que vivían de él, tanto haciéndolo como sirviéndole de objeto. No pasará a la historia de la literatura, ni mucho menos, pero deja buen sabor de boca. Un siete.

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