Antes de nada, cagarme en todos los muertos del obispo de Mondoñedo-Ferrol. No por nada en particular, en este caso, pero es que si no los vas manteniendo a raya esta gentuza se te suben a las barbas a la primera de cambio.
Me preguntarán que a qué viene esto y por qué le he robado tan impactante comienzo de post a maese
Xave, que si voy a hacer otro ataque furibundo a la religión y la iglesia y estas cosas. Pues no. Y sí. Bueno, depende. En realidad, voy hablar (si el tiempo y la autoridad no lo impiden) del Carnaval.
A mí el Carnaval es una fiesta que me gusta. Dentro de lo que cabe. Este año, por motivos que no vienen al caso (y en los cuales prefiero no pensar, que me pongo de muy mal café) no he tenido tiempo y no me he podido disfrazar, pero suelo hacerlo. Disfrazarme e ir a ver la rua. La de Santaco es una rua bastante de chichinabo, para qué engañarnos, y generalmente la gente tiene tanta imaginación a la hora de disfrazarse como Acebes a la hora de abrir vías de investigación, pero no hay ganas de bajar hasta Barcebollas en un dia así (demasiada gente y demasiadas pocas balas), ni pasta (ni tiempo) como para irse a Cádiz, Canarias, Venecia, Rio o Nueva Orleáns. Aparte que supongo que también tendrán el problema de estar tomadas al asalto por zombies sin sentido del ridículo (que ya es una ventaja respecto a los
zombies consumistas típicos, pero siguen siendo zombies). El tema de Sitges/Vilanova (y que nadie de esas dos hermosas localidades de la costa de esta bendita tierra catalana, modelo de laboriosidad, me eche una
mardisión gitana por haberles puesto juntos y en el mismo saco, por favor) es más peliagudo, porque al problema del exceso de gente se unen los absurdos horarios de los trenes de cercanías, que obligarían o bien a irse cuando empieza la fiesta de verdad, o bien a quedarse hasta las brujas horas del amanecer, aunque estuvieses ya harto de todo y sólo quisieras meterte en camita. A dormir, me vengo a referir. Si es lo otro, un apaño en cualquier sitio puede hacerse.
Lo de esta fiesta, además, me viene de herencia (concretamente, es una parte de la herencia que me ha tocado a mí, y mi hermano ni la ha olido). En mi pueblo (el de mis padres) SIEMPRE se celebró el Carnaval, incluso en la época de mayor oscurantismo y represión. Sin mascaradas, vale, pero el Viernes de Carnaval se montaba el gran sarao igualmente, y con bendición eclesiástica y todo. La cosa viene de que, en su dia, una señora, de pasado oscuro y desconocido, y lo que se dice “de posibles”, llegó al pueblo y, como quien no quiere la cosa, acabó comprando la mitad de las tierras. Colomba de la Era se llamaba, y, hasta hace poco, su nombre se correspondía con el de una de las dos únicas calles que tenían nombre en Morla: La calle de Colomba de la Era y la calle de las Escuelas. Ahora ya le han puesto nombre a todas, pero como se los han puesto desde el ayuntamiento de Castrocontrigo, que no conocen el pueblo y además están un poco
p’allá, el noventa por ciento están mal. Me voy del tema. El caso es que esa buena mujer (insisto, de pasado oscuro y misterioso y con mucha pasta) murió sin herederos, y en el testamento dejó las tierras al pueblo, con condiciones: Las tierras se debían subastar el viernes de Carnaval, y, en una de las fincas en concreto, el que se las llevara debería plantar trigo. Con este trigo, se haría pan, que sería repartido a partes iguales entre todas las almas que hubiese en el pueblo el dia de la subasta. Con el dinero conseguido, se pagaría una misa por el alma de esta mujer (de hecho, era el único dia que mi bisabuelo, revolucionario, rojo y comecuras como él sólo, pisaba la iglesia durante todo el año, a excepción de bodas, bautizos y funerales), se pagarían los gastos de hacer el pan y tal, y el resto no tengo ni zorra de en qué se empleaba. La cosa es que en la subasta la puja se hacía en dos partes, una en dinero y la otra en especias. Fulanito pujaba con tantas pesetas y tres botellas de vino, y menganito con cuantos duros y un jamón. Y la parte en especias se consumía
in situ, entre todos los presentes. Con lo que se montaba, con la excusa de la subasta de las tierras de Colomba, la gran jarana, con baile y todo. Baile de Carnaval, claro.
En fin, que el post de hoy no iba sobre esto. La cosa es que parecía que hace años que todos habíamos asumido ya lo del Carnaval, y el que estos eran días en los que todo valía y se podía hacer mofa, befa y escarnio de cuanto se nos pusiese por delante. Los dioses me libren de querer ir de estudioso del alma humana por la vida, pero me parece bastante evidente que, cuando uno hace una burla indirecta de este tipo, la puede hacer de tres cosas, a saber: lo que te da miedo, las figuras de poder o lo que te molesta. Luego están los que no tienen imaginación y se disfrazan del personaje de moda, que son la mayoría, pero uno ya empieza a darse cuenta del país en el que le ha tocado vivir, y lo acepta con cristiana resignación. Y ahí está el turrón. Los cristianos. Desde que tengo uso de razón (o de memoria, para ser más exacto), la semana justamente anterior a la Cuaresma debe de haber sido la semana donde, año tras año, más gente se pone los hábitos. Son disfraces ya casi tópicos y de emergencia. Que has quedado para ir a un baile de disfraces, y no sabes de qué, o no tienes tiempo de prepararte? Disfrazarte de cardenal mitrado o de monja (en sus variantes preconciliar con cofia aerodinámica o perversa con minifalda y ligero) son recursos fáciles, rápidos y al alcance de todos. No es nada extraño encontrarse con grupos de mocetones en edad de merecer recién escapados de un convento de peli
softcore de los años setenta (versión gai para el mercado internacional), o con familias donde el papá y la mamá van de monjas y el niño (por lo general todavía en el carrito o que lo ha acabado de dejar) de purpurado. Y, en estos días, nadie lo ve raro. Otra cosa sería que la gente fuese así un siete de Agosto, pero en Carnaval... Es aceptable. Y aceptado. Bueno, si eres una drag queen también te puedes vestir de monja en siete de Agosto, pero ese es otro tema.
Parecía que, aunque fuese a regañadientes, la Iglesia había acabado aceptando eso. Ni que sea porque el Carnaval es una fiesta pagana, pero que está introducida dentro del calendario litúrgico cristiano. Sin ella, no tienen sentido las ceremonias del Miércoles de Ceniza ni la Cuaresma en bloque. Y habían acabado tragando que, esta semana, nos podíamos reír de ellos. Y de los otros. Y de nosotros mismos.
Pues no.
Y mañana sigo, que me alargo demasiado.