
Y digo lo de corriendo e in extremis por dos cosas: porque la última representación es hoy lunes (que ya me vale haber esperado tanto? Pues sí, pero mira...), y porque, habiendo cogido el metro a las ocho en Santa Coloma, a las ocho y media todavía no había llegado al Clot. Y con una despedida de soltero en el vagón que me hizo lamentar el no llevar encima una buena navaja barbera con las cachas de plata para montar allí mismo una versión libre de la historia. Pero al final llegué, con el tiempo justísimo (fue recoger la entrada en taquilla y que diesen el aviso de "tres minutos para que comience la representación"), pero llegué.

Poco sabía yo que iba a estar a punto de arrepentirme. No por la obra, ojo, que está muy bien (es un Sondheim, que ya es un qué), Joan Crosas está MUY bien como Sweeney, Viky Peña está GENIAL como una miss Lowett pasadísima de vueltas (y además los dos se ajustan físicamente mucho más al papel y dan muchísimo más miedo que Johnny Depp y la pavisosa de la Bonham-Carter, que, para empezar, son demasiado jóvenes para el papel)

la escenografía es buena, y el coro da muchísimo yuyu.
Pero el público... ay. Para empezar, entre el público había niños que no debían haber cumplido aún los diez años. Y a ver, yo siempre he defendido que a los niños no hay que edulcorarles la vida ni esconderles las cosas, y que no pasa nada porque vean pelis de terror o lean historias de miedo... Pero es que la historia de Sweeney, justamente porque no da lugar a creer que es una fantasía (aunque parece ser que está confirmado que no se basa en una historia real, es terriblemente verosímil) es MUY jevi (y el montaje MUY gore). No llega a ser un Titus Andronicus, pero casi. Pero vamos, sus padres sabrán. Pero luego está la gente que come cosas con bolsas de plástico durante la función (a ver, quién fue el genio que decidió que en el bar de un teatro se podían vender patatas fritas?), y se dedican a ir apretando y aflojando la bolsa. Que estaba uno por pagarles un afeitado a ver si paraban de una vez. Y los que se dedican a comentar las escenas o a repetir los diálogos que les hacen gracia, que estaba uno por afeitarles personalmente. Y los que se ponen los cascos y, pasando de la obra por la que han pagado un mínimo de 35 €, se ponen a escuchar el fútbol e informar al amigo de al lado de cómo va el puto partido, que estaba uno por hacer pasteles de carne con sus entrañas y hacérselos comer antes de que expirasen. Porque manda cojones.
Y luego, también estaba la mitad del reparto de El Cor de la Ciutat, pero eso lo digo sólo a modo de curiosidad y porque como no sigo la serie, me sorprendió lo gordísimo y viejísimo que está Àlex Casanovas.
Y el teatro... Ay, el teatro. Definitivamente, el Apolo debe ser el teatro más feo de Barcelona. Buena visibilidad tiene, eso no lo discuto (en otros teatros que conozco, desde donde estaba -gallinero, a la izquierda del todo) no hubiese visto una mierda. Y buena acústica también. Pero es incómodo y feo de cojones. Y quiero creer que no era adecuado para esta obra. Digo quiero creer, porque la obra tiene orquesta, no es con música grabada... Pero los músicos estaban escondidos, en lugar de en el foso que les corresponde. Y la impresión que daba es que el escenario estaba más adelantado de lo que debía, como si la caja fuese demasiado pequeña y hubiesen aprovechado el hueco del foso para hacer más sitio al escenario. Con lo bonito que es (sobretodo cuando estás en gallinero, que en platea no se ve) ver a los músicos en el foso... Y técnicamente... Bueno, he dicho antes que el teatro tenía buena acústica. Imagínense cómo sería de buena, que a mediados del primer acto, durante la canción de Johanna, todo el sistema de sonido se fue a tomar por saco durante un par de minutos y se oían sólo los vientos y a María del Mar Maestu... e incluso se oía mejor que con los altavoces. Que esa es otra, que salvando a Sweeney, al juez Turpin y a un par de miembros del coro, todas las voces son agudas (y algunas, como las de Johanna o Toby -Ruth González, que también lo borda-, irritantemente agudas), y al menos desde donde estaba yo daba la imrpesión de que los altavoces estuviesen saturados. Y las luces... Bueno, las luces al menos, como constantemente se veían destellos por detrás del escenario, de focos que se les encendían y se les apagaban al buen tuntún, pues parecía que todo pasase durante una tormenta con gran aparato eléctrico, y eso le daba un aire así como fantasmagórico que quedaba bien y todo.
Por supuesto, los responsables del montaje se dieron cuenta de todo eso y lo arreglaron durante el entreacto... que se alargó a casi una hora. Al menos, tuvieron la decencia de reconocer que había problemas técnicos y que si aquello no volvía a empezar era porque estaban intentando arreglarlos. Pero vamos, que en una obra que lleva lo que lleva esta en cartelera, pues no es plan. Porque fue un sábado, pero es en una representación entre semana, te alargan aquello cuarenta minutos y te pueden dejar tirao y sin metro para volver a casa.
Así que ya ven el pastel (de carne) con el que me encontré. Menos mal que luego me fuí a otros sitios a hacer otras cosas y la noche acabó bastante mejor...

Lectura imprescindible (que no tiene nada que ver con el post)