viernes, 2 de diciembre de 2005

Literatura de a veinte pelas el litro (IX)

Hace tiempo, charlando con un bellezón, y sin embargo amiga (mejórate, guapérrima), llegamos a la conclusión de que la mejor manera de describir algunos libros es mediante colores. Que, antes que otra cosa, evocan un color, o varios. Así, Campos de Castilla es marrón, marrón tierra quemada por el sol, Poeta en Nueva York es blanco y negro puro, sin grises, como una foto sobreexpuesta, Carrie empezaría en un rosa marchito y pálido, casi blanco, e iría subiendo el tono hasta acabar en un carmín brillante, Frankenstein es gris ceniza, El color de la Magia es (por supuesto) octarino, Drácula es marrón cuero de encuadernar, con sus dorados y todo... Me siguen?

Digo esto porque, a raíz de la entrada de ayer, me ha venido a la cabeza el Poeta en Nueva York y la conversación, y porque la novela que voy a comentar hoy también evoca colores. Fotográficos, como el Poeta. Pero en este caso, se trata más bien de los tonos borrosos y sepia de las fotografías antiguas, de esas fotos que muestran gente y actitudes que muchas veces ya no están entre nosotros, y que en el mejor de los casos, están profundamente demodé. Y que sin embargo, o quizás gracias a ello, ejercen un extraño magnetismo que les hace tener un valor más allá del meramente económico e incluso del sentimental.

Y es que El día de los trífidos (Day of the Triffids, John Windham, 1951) ha envejecido muy mal. Los mcguffins básicos de la historia (la aparición de los trífidos, una especie desconocida de planta carnívora, capaz de desplazarse, comunicarse y atacar a los animales y a los humanos con una especie de lengua venenosa, que causa la muerte, para luego alimentarse de los despojos, y la epidemia de ceguera que asola a la humanidad tras una extraña lluvia de estrellas), han quedado desfasados tras la caida del Muro de Berlín (no llega a explicarlos en ningún momento, pero deja caer como quien no quiere la cosa que en ambos casos se trata de armamento experimental soviético que se ha descontrolado), y no parece que el nuevo coco de las sociedades occidentales (el terrorismo internacional) esté por la labor (ni tenga la capacidad) de llegar a esos niveles de tecnificación y sofisticación en su lucha. No puedo hablar sobre las descripciones de lugares, porque no los conozco, pero las actitudes generales de los personajes (sobretodo al principio, cuando aún no son del todo conscientes de la magnitud de la tragedia) también tienen ese punto demodé que decía. En ese sentido, es claramente una novela de anticipación fallida, casi una discronía. Además, tiene ese punto triste, gris, poco espectacular del que adolece la ciencia ficción europea en general y la británica en particular, sobretodo en comparación con la (hegemónica) ciencia ficción norteamericana, pero también con la (colorista y escasa) ciencia ficción sudamericana o africana, o con la (efectivista) japonesa.

Y, sin embargo, sigue siendo una ESPLÉNDIDA novela. Está bien escrita, los personajes y las situaciones son perfectamente creíbles, logran que te acabes preocupando por lo que les pasa, tiene pocos deux est machina, más allá de la inmunidad sobrevenida al veneno de los trífidos del protagonista y su habilidad para manejar cualquier cosa con un motor, las cosas cuadran y tienen lógica, tiene escenas memorables como el lento asedio de los trífidos a la granja donde están refugiados al final (el final es La noche de los muertos vivientes, casi dos décadas posterior), la crítica (a la religión, al status quo, a la sociedad actual –actual de la época, se entiende-, a la ola de neofeudalismo que nos invade y que supo predecir muy acertadamente, a las actitudes sociales ante una catástrofe) es dura y sangrante, sin condiciones, la historia de amor (siempre tiene que haber una) no es en absoluta empalagosa, y, de hecho, en algunos momentos llegas a dudar de si es una historia de amor o de simple necesidad mutua...

Una preciosa foto antigua y pasada de moda en tonos sepia.

Léanla, vale la pena.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo lo leí hace muchos, muchos años, y recuerdo que me gustó.

Por cierto, que han sacado una segunda parte, me parece que con el hijo del prota.

angua

Sota dijo...

Sí, hay una segunda parte. "La noche de los trífidos", creo. No la he leido, pero referencias de gente de la que me fio, me dicen que no me acerque a ella ni con un palo, así que...

Urui dijo...

Uno de los dos únicos libros que me han dado pesadillas (el otro iba de zombies).

Alfonso Piñeiro dijo...

Me encanta la vinculación que estableces entre libros y colores, Sota. Me arriesgo a aportarte nuevos colores, con mis últimos libros leídos:

"La huella de unas palabras", antología de Muñoz Molina, por J. M. Fajardo. Color: azul celeste.

"La segunda República y la Guerra Civil" de Gabriel Jackson. Decir rojo sangre es una obviedad. También marrón tierra, pero quizá influido por el color de la portada.

"El fantasma de Harlot" de Norman Mailer. Amarillo grisáceo. No preguntes por qué.

¿Conoces la comunidad de Los Cuentos (www.loscuentos.net? ¿Has publicado en ella? Y si es así, ¿con qué nick? Hace mucho que no la visito, pero sería un aliciente saber que estás en ella. (Allí, por cierto, con este mismo nick, doy rienda suelta a mi vena lírica).

Kraken17 dijo...

Yo pude leermelo, al fin, este verano pasado.

Y que decir... que lo pasé como un enano leyendolo. De lo mejorcito.

Sota dijo...

Urui, no deja de ser una historia de zombies... Solo que son plantas, no muertos.

Al-duende, no he leido ninguno de los tres, así que me fiaré de sus indicaciones cromáticas. Sí, estoy en Los Cuentos (o lo estuve, al menos). Como Sota de Picas, por supuesto.

Kraken, eso mismo.

Aranluc dijo...

¿La ciencia ficción rusa está incluida en la europea o en la asíatica? Porque guardo muy buen recuerdo de, por ejemplo, Qué dificil es ser un Dios, de los hermanos Strugatski... que lo admito, es bastante rara. En general los rusos van a su bola siempre...

Tengo que leerme esa novela. Creo que la empecé hace tiempo en la biblioteca, pero no llegué a traérmela a casa.

Sota dijo...

Rusia... Es Rusia. Ni Europa, ni Asia, sino todo lo contrario.

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