Olor a grasa de motor rancia. El balanceo del tren. Calor. Frío. Dolor de huesos. Amanecer al paso de Burgos. Media hora de retraso. Las cristaleras de la Pulchra Leonina y la Peña Madre de San Isidoro (si Dios fuese alguna cosa, sería arte o medicina). Autobús. Vistas de Astorga, Quintanilla de Florez, Nogarejas, Castrocontrigo, Torneros. Las peñas de pizarra arañando el cielo como garras de Titanes intentando escapar del Tártaro. Cruzar el Eria por la Fervienza (por el puente nuevo, el viejo lo tiraron con nocturnidad y alevosía). Saludos, besos, abrazos. Escapada a Donado. Apagar un fuego. Volver a casa. Vegetar. El sabor ferruginoso del agua en la boca, más débil de lo que lo recordaba por la cloración pero aún presente. Aguantar las ganas de fumar por miedo a provocar un incendio. Más saludos (más niños que en muchos años, menos viejos que nunca). Visitas al río, tapado por completo por la maleza. La Fervienza, la Presa, el Salguiral, Vallocuebo, Picarucho, Campo, Bernadiello. Baños en agua helada que te devuelven la vida. Tomar el sol tumbado en una peña, mientras te espantas las moscas. Pulgas de agua. Culebrinas. Corzos esquivos. Humo del incendio de la Cabrera Baja. La vieja iglesia tapada por las zarzas. Té moruno y búhos en La Bañeza, más gitanos que nunca. Embutidos de Rodríguez (el mejor chorizo y la mejor cecina del mundo) y chocolate Santocildes (cualquier otro chocolate a su lado es bosta de vaca). Fiestas en Castro (la orquesta de pueblo más divertida de la historia) y Nogarejas. Cervezas en el Chiringuito. Misa de difuntos en la ermita. El paisaje suave de la Cabrera con sus interminables puertos de montaña. Truchas, Nogar (puro Lovecraft fluvial), Corporales. Restos romanos en lo alto de la Peña Aguda, en su ruta hacia el Bierzo. Tormenta. Escriños. Historias de la guerra. Preparar la maleta con un sabor agridulce en el fondo de la boca. Los Niños del Maíz en el Páramo. Perderse en Virgen del Camino. Volver al balanceo del tren y hacerse daño en el tobillo. Discusiones absurdas que no te dejan pegar ojo sobre la mejor forma de servir la sidra. Cigarro en las paradas en que se enganchan vagones al tren. Filosofía de viajero ocasional (la historia de España es como ver el paisaje en un tren nocturno. Ruido, balanceo y oscuridad, y, de vez en cuando, una luz mortecina al fondo, como el Sagrario en una iglesia cerrada, que te hace pensar que existe la posibilidad de civilización. Eventualmente, se pasa por un pueblo o por junto a una carretera, y la luz se hace más brillante y constante, pero luego, indefectiblemente, vuelve la oscuridad, el ruido y los movimientos espasmódicos que amenazan con tirarte al suelo). Despertar a tiempo de ver las calas del Garraf. Llegar a casa. Llamar a casa para decir que has llegado bien. Descansar.
Y recordar Morla.
Pozo de Campo, Morla de la Valdería (León), 7/VIII/05
Otra DANA, pero diferente.
-
Estoy de acuerdo con Juanlu Sánchez quien, en su web de Al día, recuerda
que vuelven a ser horas de mucha tensión en varios puntos del este y del
sur ...
Hace 21 horas
5 comentarios:
¡Vive!
Besos de bienvenida, nene.
Estoy mal enterrado, por lo menos...
Perdona, yo no he estado en Castilla (he pasado por ella, pero eso no es "estar"). He estado en León. Que no es lo mismo, no...
Que bueno, yo soy de Nogar, bueno yo no, ser es mi madre, yo solo voy en verano unos dias. Por cierto, que es eso de Lovecraf fluvial? jeje. Saludos
Pues eso, que ese pueblo es como Innsmouth, pero en vez de con mar, con río. En un dia de niebla tiene que dar un canguele de la hostia...
Publicar un comentario