Va a hacer un mes que Jose, un colega, en plena intoxicación etílica (y no solamente etílica) (1) durante el simulacro de fiestas de Santako me confesó que leía el blog (2) y que quería que hablase del tema
cerveza en general y
alcohol en particular. Nobleza obliga, así que aquí va el post.
Vaya por delante que no soy persona cervecera. Lo más, alguna que otra clara (3) cuando aprieta el calor, o una mediana (Voll Damm o Estrella, preferentemente) muuuy de vez en cuando, y cuando estoy entre un grupo de gente que SÓLO toma cerveza. Caso aparte son los conciertos, algaradas populares y fiestas de guardar, donde te apetece tomarte algo con alcohol pero un cubata no queda propio (aparte de que te cuesten un riñón y el hígado, lo primero por el precio y lo segundo por el garrafón). En ocasiones especiales (especiales no por nada, simplemente por estar en un sitio donde tengan y porque me da por ahí), Guinness. Y en el
Blue Monk (y les pongo el link porque, qué coño, se lo merecen, que tienen uno de los pocos garitos decentes de Santa Coloma), tienen una cerveza checa que está muy buena, también, pero de cuyo nombre soy incapaz de acordarme. No más de media pinta, en cualquier caso, para estas dos últimas. También es verdad que, según la circunstancia, me puedo meter un litro y medio de San Miguel (cerveza que en circunstancias normales me repugna) entre pecho y espalda en una hora como quien no quiere la cosa, pero son raras. Esto me ha pasado, por ejemplo, la semana que estuve en Valencia, que coincidí en el curso con un chaval con quien hice la carrera (4) y que vive en Lleida (porque es de allí), y al salir nos metíamos en la cafetería del Campus a plimpar cerveza, discutir de lo divino, lo humano y lo perifrástico y rajar de otros
amigos. Sí, soy una vívora, no se habían dado cuenta? Pues eso, que, con la tontería con la tontería, dia sí dia también nos marcábamos sus buenos tres litros mano a mano. Pero ya les digo que son casos excepcionales.
Supongo que el problema es básicamente que NO me gusta la cerveza. No me gusta el sabor, no soporto el amargo del lúpulo, no me gusta el olor, me revienta su capacidad diurética, que me obliga a ir al baño cada diez minutos (cosa especialmente delicada en según que garitos) o a mear en un portal/zaguán/seto (reconozco que regué abundantemente los que están alrededor de la estación de tranvía de Tarongers...), me molesta el que genere tantos gases (NO me hacen falta más, gracias, ya produzco bastantes yo solito!)...
Yo soy más de vino (turbio, por poner un ejemplo tonto y de a diario) y, sobretodo, de destilados. En especial, ron. Dorado antes que blanco. Un Arehucas (delicio, canario, pelígrosísimo, porque pasa como si nada, y muy difícil de encontrar en la península), un Santa Teresa, un Negrita (fantástico para carajillos, a falta de orujo), un Pujol (más para
cremats que para beber directamente, pero bueno...). Incluso, a falta de otra cosa y antes que Bacardí blanco, un Cacique, siempre y cuando sea para mezclar, que solo ha de hacer el mismo efecto que darse un lingotazo de aguarrás. Tuve una época, hasta los veintipoquitos, que era más de vodka (siempre con limón) e incluso algún conato con la ginebra, pero ahora me dedico casi por exclusiva al ron. Todo esto en la sobremesa (raramente) o yendo de fiesta, claro. Con las comidas me limito exclusivamente al agua, y en dias señalados, vino. Fantas y similares, sólo cuando como comida rápida, que ya le queda propia, en caso contrario acaba enmascarando el sabor de la comida. Tampoco cerveza. Se que hay gente muy aficionada a comer con cerveza, pero no conozco ninguna comida que pegue (para mi paladar) con el sabor de la cerveza.
Por otra parte, no soy de mucho beber. Sólo recuerdo dos conatos de borrachera en mi vida (y digo conatos porque aún mantenía suficientemente bien el control, exceptuando a los intestinos) y fueron desastrosos. Primero, porque en cuanto paso el punto de
achispamiento, me da llorona y depresiva, sin falta. Segundo, porque me provoca una sensación claustrofóbia. Me explico. En cuanto empiezo a intoxicarme (5) el cuerpo, las funciones voluntarias, me refiero, deja de responder. La cabeza, en cambio, me va a mil por hora. Y les aseguro que es una sensación muy angustiosa el estar conscientemente dándole a un brazo (por ejemplo) la orden de que se mueva, y que el brazo no lo haga. Tercero, me provoca sudores frios a la que me quedo quieto. Si bebo, tengo que moverme. Y, sinceramente, para pasarlo mal se me ocurren formas más baratas. Puedo pasar perfectamente una noche entera (de sol a sol) con un cubata. E incluso sin ninguno. Eso sí, si me lo estoy pasando MUY bien, bailando sin parar y sudando como un cerdo (QUEMANDO el alcohol que ingiero), puedo plantarme en seis o siete. Bueno, siempre que se den todos los casos anteriores y el bolsillo lo permita, claro. Que son las menos de las veces.
Supongo que no era esto lo que querías, Jose, pero chico, es lo que ha salido. Si quieres algo más concreto, deja un comentario abajo y veremos lo que se puede hacer.
(1).- Él lo negará, claro. Pero yo estaba mucho más sobrio que tu, y niño, estabas bastante perjudicao. No lo niegues a estas alturas, que total, entre tu y yo hay confianza y estos señores no te conocen de nada.
(2).- Lo cual es una perversión sexual tan digna como otra cualquiera, y no seré yo quien critique las perversiones sexuales de nadie. Eso se lo dejo a la Conferencia Episcopal, que se ve que les pone tanto como los traseros de prepúberes.
(3).- De limón, por favor. La clara hecha con gaseosa es una cosa horrible, insípida, con demasiado gas y que da arcadas y provoca cagarrinas. No se quién tuvo esa genial idea y cómo la popularizó en determinadas zonas de Españñññññña -las "eñes" extras vienen patrocinadas por decimoquinto congreso del Partido Popular y su nuevo logotipo naranja guantánamo. Partido Popular naranja, Partido Popular cristal, dos facheríos para elegir! Pop-pop-popular!-, pero se cubrió de gloria.
(4).- La de química, me refiero. Uno no tiene cuerpo ni facultades para prostituirse, qué le vamos a hacer.
(5).- Nota bioquíma: Todos los alcoholes son neurotóxicos en alto grado. El hecho que el etílico (CH3CH2OH) sea relativamente metabolizable, mientras que otros como el metílico o
alcohol de madera (CH3OH) no lo sean en absoluto, y por tanto su ataque sobre el sistema nervioso sea más virulento, no implica en absoluto que la toxicidad del primero sea despreciable. Un coma etílico provoca daños irreversibles (de mayor o menor gravedad, en función de la puta suerte que tengas en ese momento) en el cortex cerebral.