viernes, 18 de junio de 2004

Jodidos árboles...

Empezemos por el principio. Mido alrededor de uno noventa. Y hace años que tengo el mismo problema: El ir dejándome la frente contra las ramas de los árboles.
Y no hablo ya de árboles pequeñitos, plantados este año, que no se pueden podar más arriba básicamente porque no hay más arriba. Hablo de árboles grandotes, con bastante espacio para podar, y que aún así el servicio de parques y jardines del ayuntamiento sigue podando a una altura de metro ochenta, cuando no más abajo.
Que digo yo que no costaría tanto podar a una altura que no obligase a que un porcentaje importante de la población a ir agachados, ante la alternativa de llevar la frente siempre llena de arañazos. Alguno de esos cerebros pensantes a quienes pagamos un substancioso sueldo debería haberse dado cuenta ya. Pero no, se sigue podando todo con la idea de que toda la población tiene un gnomo en algún lugar de su árbol genealógico. Y no es eso.
Pero lo peor no son los árboles. Al fin y al cabo, las ramas tienen una cierta elasticidad, con lo que el golpe, por lo general, es más molesto que otra cosa. Pero es que son también señales de tráfico y, sobretodo, toldos de bares. Que ahí ya hablamos de placas o barras de metal, que duelen. Por no hablar de escaleras sin hueco, o marcos de puertas que sólo pueden no ser definidas como "de casa de hobbit" porque no son redondas...
Alguien me dirá "pues mira por dónde andas, y si te encuentras algo así, rodéalo". No es tan simple. En ocasiones (puertas, escaleras) porque es físicamente imposible. Y en las otras, porque supone meterse en medio de una calzada llena de tráfico. A ver, vivo en una ciudad que aparece en los libros de urbanismo de todo el mundo como ejemplo de cómo NO se debe hacer una ciudad. No es coña, vienen grupos de japoneses a estudiar el tema. Cosas de la especulación salvaje de los setenta. Entre otras lindezas, eso ha dado como resultado calles con aceras muuuy estrechas. De hecho, hay calles que se han tenido que hacer peatonales porque si se ponía una acera, no cabían los coches, y la gente que vivía allí tenía que poder llegar a casa sin necesidad de coger un taxi.
En los ochenta, los primeros ayuntamientos democráticos intentaron "humanizar" la ciudad. Eso se tradujo, sobretodo, en poner árboles. Que, lógicamente, se pusieron en las aceras (no es cuestión de plantar un chopo en mitad de la calzada, está claro...). Junten los árboles (con sus correspondientes agujeros para que respiren las raices y poder regar, claro), súmenles, digo, las farolas, las señales de tráfico, los pivotes para que no aparquen los coches... Todo ello, con aceras estrechas. Vamos, que hay calles donde no pasa un carrito de la compra o un coche de niño. Y en esas aceras, hay árboles, hay señales de tráfico y hay toldos de bares. Y no hay por dónde dar un rodeo.
Así que me temo que me toca seguir cagándome en el nosferatu del alcalde, en el concejal de parques y jardines, en el padre del alcalde (a la sazón, máximo responsable de la urbanización apocalíptica de la ciudad) y en los muertos de todos ellos. Y con la cabeza llena de chichones, claro. Al menos, hasta que una rama me salte un ojo y pueda denunciarles.

Y mejor no hablo de cuando voy en bici, que eso ya...

1 comentario:

Ghanima Atreides dijo...

Humm... haría algún comentario supuestamente gracioso al respecto (como disminuir la altura a base de cortar por las rodillas), pero no estoy de humor. Animo, calma y tranquilidad, y paciencia, sobre todo mucha paciencia.

besisss

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