martes, 29 de junio de 2004

Literatura de a veinte pelas el litro

Mil ochocientos ochenta y cinco. Drácula ha llegado a Londres, se ha dado de hostias con Van Helsing & Co... Y ha acabado casándose con la reina Victoria, convirtiéndose en el gobernante absoluto (y absolutista, por supuesto) del Reino Unido y extendiendo el vampirismo indiscriminadamente por Inglaterra.

Ese es el punto de partida de El año de Drácula (Kim Newman, 1992). Una novela barata e intrascendente, pero que para matar el rato está muy bien. La narración es ágil, fluye rápida, pasan cosas, el autor demuestra tener un culturón vampiríco de la hostia (prácticamente todos los grandes vampiros de la literatura y el cine pasan por las páginas de la novela, de Carmilla-sólo en referencias, porque está muerta- a los vampiros de Anne Rice), y una mala leche considerable (hay que tenerla para poner al conde Orlok de guardia de la Torre de Londres, cuyos cuervos huyen despavoridos en el mismo momento -y supongo que a estas alturas no necesitaré explicarle a nadie lo que significa que los cuervos de la Torre de Londres la abandonen- o para crear un grupo de vampiros neonatos aficionados a vestirse de siniestros ortodoxos -los murgatroides-, odiados tanto por vampiros -por estúpidos- como por humanos -por estúpidos, también-, ejemplificados en un tal señor de Lioncourt). En el debe, principalmente, el autor bebe demasiado del sistema Anne Rice/White Wolf, a base de linajes de sangre, generaciones de vampiros y la antigüedad como el deux est machina que permite explicar cualquier cosa que hagan los vampiros, desde cambiar controladamente de forma hasta rejuvenecer a la reina Vicky. Bueno, eso y que lo primero que hace es explicarte quién es el asesino...

Explico un poco de qué va la novela. Intentaré evitar spoilers tontos, pero no prometo nada. Además, como ya he dicho, el mayor spoiler lo hace el propio Newman... En el primer capítulo!

A ver, la situcación es la que he explicado antes. Londres no sólo está plagadito de vampiros, sino que es algo que está de moda, tanto en las clases altas como en las más arrastradas, entre las que, además, no hay ningún tipo de control sobre hacia quién se traslada el vampirismo. De pronto, aparece un asesino en serie que se dedica a matar mujeres de forma especialmente sádica y quirúrgica. Lo único en común entre las mujeres es que son prostitutas y vampiras. Ese asesino se hace llamar Cuchillo de plata (a la sazón, explicar que la plata es de las poquitas cosas que hacen daño a los vampiros), pero la policía empieza a recibir cartas alusivas a los asesinatos firmadas por un tal Jack el Destripador. Ese es el hilo básico de la novela. Luego rondan por ahí el doctor Caligari, la Guardia Cárpata de Drácula, haciendo todas las perrerías habidas y por haber, el Club Diógenes (la parte más secreta de los servicios secretos), dirigida por Mycroft Holmes y conspirando contra la corona, los que quedan vivos (o, al menos, no muertos) de la cruzada de Van Helsing contra Drácula, una vampira antígua que está ya de vuelta de todo, Winston Churchill inyectándole oporto a gatos para bebérselos después, una secta religiosa fundamentalista antivampírica, el doctor Jeckill, una periodista vampira pequeñita, miope como un topo y metomentodo... Vamos, como la Liga de los Caballeros Extraordinarios, pero con vampiros a punta pala y peor escrito.

Para pasar el rato está bien, pero tampoco va más allá. Engancha, eso sí, pero se puede olvidar nada más acabar la última página. La editó Timún Más en el 99, así que supongo que sólo se encontrará ya en librerías de lance. Si la encontrais bien de precio, pues vale la pena para leer en el metro.

Y de la secuela, ya hablaré otro dia.

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