Una de las consecuencias habituales (no necesaria, pero sí habitual) de irse de vacaciones es que se sacan fotos. Tranquilos, no les voy a hacer un pase de diapositivas de mi última semana, entre otras cosas porque ya dije que los caballeros de determinadas cosas no hablan, y yo tampoco. Pero hice fotos, sí. Muchas.
En tiempos (no tan lejanos), el número de fotos que se podían traer de unas vacaciones (o cualquier otro evento en el que se sacasen fotos) solía ser múltiplo de 36 o 24, que era el número de fotos que venían en un carrete. También existían los carretes de 12, pero no se de nadie que los usase nunca. Supongo que tendrían fines más profesionales, porque alguien que se gane la vida sacando fotos no podía permitirse el lujo de esperar a sacar 36 instantáneas para obtener la que les interesaban, y tampoco era plan de ir tirando carretes a medias. Supongo, digo. Los números, en todo caso, eran más que aproximados, porque la mayoría de los carretes solían permitir sacar un par de fotos más de las que nominalmente indicaban, y luego siempre había que descontar las que salían borrosas, movidas, sobreexpuestas o se sacaban por error al apretar el botón sin querer. Vamos, que al final, con suerte, se podían aprovechar la mitad escasa de las fotos que se habían sacado. Y eso contando que la máquina no se abriese de un golpe fortuito, velando todo el carrete, o que no te lo velasen en la tienda de fotos. Que esa era otra, había que pasar por la tienda de fotos, pagar un (carísimo) revelado, esperar entre un par de horas y un par de semanas (en función de la tienda, la tecnología que tuviesen y la carga de trabajo), rezar por que no se les escoñara la máquina o tuviesen los líquidos podridos y te jodieran todo el negativo (me pasó, snif...). Eso, y ser consciente de que tus fotos las vería, en el mejor de los casos, el de la tienda, y, en el peor, cualquiera que pasase por la calle, que muchas de ellas tenían una reveladora automática que iba sacando los positivados en un rollo de papel que luego se cortaba convenientemente, y que, vaya usted a saber por qué, solían estar enfocados hacia los escaparates, con lo que la viabilidad de hacerte fotos, digamos, comprometidas, se reducía mucho. Que tampoco es plan que te vea la vecina haciendo según qué con según quién. Entre otras cosas porque no le importa una mierda.
La irrupción como elefante en cacharrería de la fotografía digital a precios competitivos acabó con todo eso. Se perdió el encanto de ver los negativos y cogerlos por los bordes, con cuidadito de no tocarlos para no dañar la imagen, los álbumes que se apilaban sin orden ni concierto y a los que o les faltaban bolsitas para todas las fotos, o les sobraban, o eran de tamaño no adecuado, y el tener que buscar entre los negativos el número de la foto para pedir copias, y se añadió el engorro de tener que llevar siempre el puto cable de alimentación a cuestas (y rezar por encontrar un enchufe, que no siempre los hay), que si no te quedas sin pilas a las primeras de cambio. A cambio se ganó calidad de imagen, comodidad, privacidad, la posibilidad de rechazar al momento las fotos que no han quedado bien y repetirlas, la capacidad de aplicar zooms sin necesidad de ópticas especiales que ocupaban más que la cámara... en fin, qué les voy a contar que ustedes no sepan. Y se ganó en capacidad, claro. Una simple tarjetita de memoria que ocupa lo que la mitad de una biblia de papel de fumar y te cuesta lo que el revelado de dos o tres carretes permite hacer cienes y cienes de fotos, y encima luego te las descargas al ordenador, las borras y las puedes reutilizar.
Y aquí viene el ay. Las borras. Porque según que fotos sean, no pasa nada, las borras y ya está. Pero según que fotos sean, borrarlas cuesta. Mucho. Es el equivalente digital de romper una foto de papel. Y no se a ustedes, pero a mí, romper una foto me cuesta. Mucho. No hablo físicamente (aunque en algunos casos también, que hay papeles de foto que se retuercen y deforman más que romperse), sino sobretodo a nivel moral, y pongan esto último entre comillas. A una foto se la puede confinar en lo más hondo de un cajón olvidado, se le pueden dar tijeretazos, se la puede quemar o se le pueden emborronar las caras con un Edding 500 cuando las tripas te lo piden, pero romperlas... No diré que de mal fario, aunque todo puede ser y cosas más estúpidas he leído, pero desde luego es poco... estético? Ético? No se como definirlo. Y no hablo de un comportamiento aprendido de mis mayores, sino de algo que me sale de más adentro. A una foto se le pueden hacer las mil y una putadas, sea o no con intenciones malévolas (nunca menosprecien el poder de la magia simpática, tener el retrato de alguien es la cosa más poderosa que se puede tener de ese alguien, después de su nombre verdadero, no es casualidad que tantos pueblos de los llamados primitivos consideren que las fotos te roban el alma, que los peores djinns sean los de los espejos y los oasis –el agua actúa como espejo, absorbe el reflejo y devuelve sólo una parte, quedándose el resto para ella-, y que los mitos europeos sean tan ricos en sirenas, dones d’aigua, náyades, xanas, anjanas, monstruos de ojos verdes y demás monstruos devoradores de hombres que viven bajo el azogue de ríos y lagos), pero no se pueden –no se deben- romper.
Y cuando la foto (o lo que -o a quien- ella representa) no sólo no te ha hecho nada, sino que es alguien o algo querido, por mucho que sepas que la has impreso en papel, te has hecho hacer con ella un póster que decora tu habitación, la tienes de fondo de escritorio y el archivo está debidamente guardado en tres ordenadores y un par de cedés, el borrarla (el romperla) cuesta. Esfuerzo y dolor físico. Siempre está la opción, me dirán, de usar la opción “borrar todo” para dejar la tarjeta en blanco, sin mirar, una por una, qué fotos borras y tener que decidir cual de ellas eliminas para siempre y cual permites que permanezca durante unas horas, unos días o unos meses más en la memoria, pero cuando no lo has hecho antes de salir de casa y tienes que tomar la decisión en el momento, no hay más remedio que hacerlo una por una, y decidir, con toda la sangre fría del mundo, cual de esos recuerdos conservas y cual envías al pozo del olvido para siempre. O hasta que llegues a casa y puedas consultar el ordenador. Y eso duele, oigan.
Y se te hace un nudo en la garganta y te tiemblan los dedos aunque sepas que es una tontería, y cada vez que aprietas Borrar es un lanzazo en el costado y un clavo más en el ataúd de tu conciencia.
Se, insisto, que es una tontería. Se que soy un romántico incurable, en el sentido más siniestro de la expresión, y que algún dia eso me acabará pasando (y será la enésima vez que eso pase) factura. Pero cada vez que me veo en esa tesitura de tener que borrar fotos, me siento como si pudiese ver por el rabillo del ojo a los carretes de fotografía, las cubetas de líquidos de revelar, las luces rojas y las viejas cámaras ópticas descojonándose vivas desde el más allá al ver lo bien que está funcionando su venganza sobre los que las dejamos abandonadas a favor de esos engendros de Satanás, feos y ridículamente pequeños, que son las cámaras digitales...
El PP vende otra moto.
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*El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo junto a varios
barones autonómicos del partido.*
Así titulaba David Torres el pasado lunes en ...
Hace 1 hora
5 comentarios:
Y luego esta el añadido de hacer una copia de seguridad y no incluir tus fotos mas queridas. O incluirlas y luego no encontrarlas.
Las que mas me han dolido son las de pirata. Muchas se han perdido como lagrimas en la lluvia.
Ecleptica.
Para que digas que no comento. Guarra.
Mmmmm... creo que en algún punto de mi ordenador tengo que tener un par de fotos de Pirata. Si las encuentro, te las envío.
Ah, y yo también te quiero, you bitch!
Por más copias de seguridad en cd que haga, luego jamás de los jamases encuentro las fotos a no ser que las conserve en el disco duro... con el riesgo de borrado accidental que eso conlleva.
Y a veces ver fotos duele mucho, aunque las veas por el placer de verlas y no estés planteandote borrar alguna. Sobre todo cuando las ves de pasada.
Claro que a mi me da más bien igual... porque revelo siempre todas... No sé, es como que si no las revelo, no las he sacado...
¿Soy raro Doctor?
Raro? Naaaah...
Eso sí, o sacas muy pocas fotos, o te dejas un pastón y medio en copias. Lo que sea primero.
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