sábado, 9 de diciembre de 2006

Literatura de a veinte pelas el litro (XIX)

Les decía cosa de un mes que Fiesta no me había gustado nada, entre otras cosas, porque la historia de una buscona y tres borrachos no me interesaba en absoluto, y además la escritura era farragosa y los diálogos inverosímiles.

Y va a ser más lo segundo que lo primero. Porque Desayuno en Tiffany's de Truman Capote también es básicamente la historia de una buscona y una panda de borrachos, pero no vean qué diferencia...

Para empezar, se lee en un suspiro, cuando para la otra casi casi que tenía que hacer un esfuerzo de voluntad para seguir leyendo. Y eso es, básicamente, porque está bien escrita, y porque lo que explica, pese a carecer por completo del más mínimo interés, al menos está bien explicado. Y miren que aquí ni siquiera hay ninguna descripción maravillosa como la del inicio de los Sanfermines en Fiesta, que está todo a un nivel más... normal, pero qué diferencia, oigan. No se, igual es simplemente que, en lugar de, a las tres páginas de novela, tener ganas de coger a todos los protagonistas y ahostiarles hasta que te sangren las manos, aquí son todos adorables y maravillosos, del primero al último, especialmente esa loca (porque claramente está loca) divina de Holly Golightly, que dan ganas de abrazarla mu' fuerte mu' fuerte y no dejarla ir desde la primera vez que aparece.

De la historia en sí no les explico nada, porque, a parte de que ya les digo que no es que haya
mucho que explicar, porque seguro que todos ustedes han visto ya (y si no ya tardan) la magnífica adaptación cinematográfica que le hicieron, Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961). Y quizás uno de los mayores "debe" de la novela esté precisamente ahí, fuera de ella, en la adapación. Porque es imposible (a mi me ha sido imposible) ponerle a Holly otra cara que la de Audrey Hepburn. La película es demasiado potente, demasiado icónica (y si no que se lo pregunten a Jordi Labanda, que ha hecho carrera de plagiar la estética de Audrey en ella), y se come la novela. La mente vuela inmediatamente hacia las imágenes, no hacia las palabras.

Bueno, y que encima, al abrir el libro no suena el Moon river.

Un ocho.

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