Pronto se vio inmersa en aquella monstruosidad donde parecían resucitar los automóviles aparcados en los sotanos. Al resucitar, se vengaban. Eran como una cárcel acorazada, que la oprimía desde todos los lados. Una prisión animada por ruidos mecánicos que, lejos de aturdir completamente, excitaban los nervios, caldeaban las pulsaciones, hacían vibrar las cuerdas vocales poniéndolas a punto para proferir un aullido. el de los lobos, el de los histéricos, el de los desesperados de la vida.
Garras de Astracán, Terenci Moix.
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